CNN – 16/03/2017 – La nueva exhibición de robots en Museo de Ciencia en Londres: ¿espeluznante o increíble?
Mi primer encuentro en “Robots”, una nueva exhibición del Museo de Ciencia en Londres, fue con un bebé animatrónico. Incuestionablemente parece tener vida y cuenta con el tamaño perfecto de un bebé, sujetado de manera segura con un pañal blanco y colgando verticalmente de una pared.
Cada detalle –el látex de su piel, la maraña de pelo negro de bebé– parecía tan real como una escultura de Ron Mueck. El brazo izquierdo se alzaba lentamente, la boca estaba entreabierta, los párpados permanecían entrecerrados. Lo estudié con intensidad, como esperando una reacción –un llanto, un gorgoteo–, pero sin ningún deseo de rescatar al bebé que estaba en la pared y ni de cargarlo. Por otro lado, se trataba sin lugar a dudas de una máquina: un cordón umbilical de tubos de metal brillante alimentaban su columna vertebral.
“Robots” se trata tanto de cultura como de ciencia. Responde a una pregunta aparentemente simple sobre la que se ha reflexionado durante los últimos 500 años: ¿cómo diseñamos robots con los que podamos interactuar felizmente?
La pregunta se ha vuelto cada vez más recurrente en la medida en que los robots humanoides se multiplican en el laboratorio. Algunos de ellos, probablemente, terminarán en nuestros hogares, escuelas, universidades y clínicas, así como en parques temáticos y museos.
El “valle asombroso”
El curador Ben Russell pasó cinco años reuniendo más de 100 robots humanoides para esta exhibición. Rastreó robots históricos y autómatas, pero además en el camino logró salvar algunos de ellos. (Uno estaba hecho de componentes de calefacción, otro de chatarra y fue encontrado oxidándose).
“Nos gusta antropomorfizar. Somos la única especie que lo hace. Nos gusta inventarnos objetos parecidos a nosotros”, explicó Russell sobre los robots humanices que expone.
En 1970, un investigador japonés de robótica llamado Masahiro Mori planteó un fenómeno complejo conocido como el valle asombroso. Su teoría básica era que los humanos respondemos positivamente a un robot en la medida en que más se parece a nosotros, pero sólo hasta cierto punto. Y entonces, de repente, resultamos sintiendo una fuerte repulsión por ellos.
“Los robots pueden alcanzar un punto en el que se vuelven demasiado parecidos a nosotros, son demasiado cadáveres y espeluznante”, relató Russell.
El robot parece casi humano, pero no está del todo bien: induce la incomodidad de estar cerca a algo que está enfermo, y nos recuerda nuestra propia mortalidad.
Los diseñadores de robots contemporáneos parecen haber respondido a este desafío en diferentes modos.
El robot que toca la trompeta, Harry, creado por la casa automotriz Toyota en 2005, es claramente un robot humanoide blanco de silicona, pero sin rasgos faciales reales. Él existe para el entretenimiento, tal como uno de los antiguos juguetes autómatas, y puede tocar canciones como “What a Wonderful World”.
Una de las exhibiciones favoritas de Russell, Eccerobot (de 2009), fue más realista en su diseño: está basado en el libro médico del siglo XIX Anatomía de Gray.
Su forma es humana pero no tiene ninguna clase de piel o de cara. Todas las entrañas están expuestas e imitan la mecánica interna del cuerpo humano. Los motores, la cuerda, la línea de la cometa y el polimorfo sustituyen a los músculos, tendones, articulaciones y huesos.